domingo, 10 de enero de 2010

Una pedagogía fuera de su tiempo: la ILE en el corazón

A.V.M

Para hacer una excepción, hoy no seré yo quien dé la lección, sino que será la propia Historia quien me la dé a mí y a todos los que querais acompañarme en esta vista retrospectiva de la educación española.

En pleno siglo XXI, con cinco leyes educativas a las espaldas de la enseñanza española desde aquel momento, nosotros docentes, miremos hacia atrás un instante y detengámonos en la época de la restauración canovista. Mientras parecía que una parte enorme de la enseñanza se perdía con el Decreto Orovio - la libertad de cátedra-, algo más grande aún se gestaba como reacción a ello en el seno de la izquierda liberal y demócrata. Así, de la mano de Giner de los Ríos ( fotografía) y otros profesores universitarios separados de la docencia por no someterse a la injusta ley, nació en el otoño de 1876 la Institución Libre de Enseñanza (ILE), y con ella una segunda época krausista.

¿Para qué? La ILE nació con vocación de magisterio universitario con el objetivo de formar a auténticos maestros que, con su sabiduría y ejemplo, cambiaran la faz de España. ¿Cómo? Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate, TeodoroSainz Rueda y Nocolás Salmerón, entre otros catedráticos separados, fundan la Academia de Estudios Superiores que no tardó en transformarse en la Institución que educó a las grandes personalidades de la época, de las que todavía en la actualidad, presumimos con orgullo: Manuel Bartolomé Cossío, Leopoldo Alas (Clarín), Antonio y Manuel Machado, José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, etc.

El ambicioso y revolucionario proyecto se configuró primeramente como un centro de estudios universitarios que prepararía para algunas licenciaturas, el Bachillerato y los cursos preparatorios de Letras y Ciencias, pero la realidad fue diferente. La preparación de estudios universitarios fracasó, y en el Bachillerato ingresaron alumnos sin una preparación adecuada, por lo que los fundadores se animaron a crear, en el tercer año académico, una escuela primaria que corrigiera esta deficiencia. El éxito fue total.

En el quinto año se organizó la primera y segunda enseñanza en un sólo ciclo, con la finalidad de recorrer en cada curso no una parte de la enseñanza, sino un dominio íntegro de todas las disciplinas, ganando sucesivamente extensión, elevación y profundidad. De este modo, los primeros liberales vieron cumplido un sueño: la enseñanza media como una continuación de la primaria. Ahora nos damos cuenta que la distribución espiral de la enseñanza no es un invento moderno de LOGSE, sino una recuperación de algo que nunca debimos perder.

La ILE contribuyó también a la afirmación y desarrollo de otros principios educativos de la más moderna actualidad. La educación se tornó un proceso formador de hombres que desarrollaba el pleno de la personalidad del niño, entendido este como un proyecto de hombre. El niño se consideraba merecedor de respeto y de no ser expuesto a las luchas ideológicas de la sociedad.

El principio de neutralidad religiosa no suponía excepticismo, se basaba en la tolerancia y el respeto. No se trataba de ir contra lo religioso, sino de ir contra lo confesional y dogmático. La educación religiosa se relegó a la familia y al ambiente social del niño. De esto tenemos mucho que aprender.

La Institución significó también una revolución en pro de los derechos de las niñas. No se consideraba que existiera fundamento alguno para afirmar que la mujer no fuera capaz de seguir los mismos estudios que el hombre. Es más, consideraron que el medio más poderoso para acabar con la inferioridad social de la mujer era la coeducación.

La ILE también ofreció una amplia cobertura social. No podemos olvidar las misiones pedagógicas, surgidas como misiones ambulantes en su afán de sacar de su atraso y aislamiento a los pueblos; el centro de estudios históricos, que desarrolló la investigación y preparó investigadores en este campo; la corporación de antiguos alumnos como medio para afianzar la acción difusa y mantener la amistad; o las colonias de verano para que alumnos de ambientes sociales desfavorecidos, o enfermos de raquitismo se beneficiasen de los efectos del mar o de la montaña.

Ya podemos mirar de frente. Todo lo anterior no fue más que un sueño hecho realidad, extinto hace más de setenta años. Ahora, nostálgicos del siglo XXI, miremos a nuestro alrededor y pensemos: ¿hemos perdido algo más que el tiempo?

2 comentarios:

Silvano dijo...

No debemos olvidar que nuestra sociedad actual es heredera directa del franquismo y los tiempos anteriores fueron ya borrados a sangre y fuego de gran parte de la conciencia colectiva. Nuestro singular medievo deja una marca histórica imborrable en su retrógrado movimiento.

Aurora dijo...

Esto nos hace pensar que no toda evolución es lineal. Muchas veces necesitamos volver atrás para recuperar parte de nosotros que, como dije, nunca debimos perder. Así ha sucedido con la coeducación, el laicismo, la libertad de enseñanza, la progresión en espiral de los contenidos del currículo, la compensación educativa y un sinfín de características de la enseñanza de la ILE. En una escala más amplia,(siguiendo el hilo que has abierto sobre la etapa franquista como continuación del medievo en el siglo XX) es lo que nos ha sucedido con la necesidad de una Constitución que nos había sido arrebatada. En definitiva, para mirar hacia delante, muchas veces debemos mirar primero lo que dejamos atrás y si es preciso, recuperarlo.

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